El callejón de los delfines

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Capítulo VII

El golfo de Tribugá es un corredor enorme, de más de cincuenta mil hectáreas, en el que diversas especies de estos cetáceos coexisten y encuentran un hábitat propicio. Su inteligencia y carisma son rasgos fascinantes de su naturaleza, pero falta mucho por conocer sobre ellos. Entender su relación con los ecosistemas de estas aguas es dar pasos firmes hacia su conservación.

Manada de delfines moteados pantropicales
Manchas en la piel. Aunque los patrones de coloración varían, reconocer a los delfines moteados pantropicales es sencillo para los investigadores y los pescadores. Sobre el gris de su cuerpo y en el vientre pálido se atisban sus rasgos manchados. Esta familia nada junta y, posiblemente, va tras el rastro de las agallonas. Fotografía de Laura Benítez (Fundación Yubarta). Cortesía de las fundaciones Yubarta y Macuáticos Colombia).

—¿Dónde están los delfines, los delfines dónde están?—, canta Happy, al mismo tiempo que pilotea su bote. Por un momento, detiene su entonación, hace silencio, mira hacia el océano Pacífico y vuelve a tararear la misma melodía.

Eran las ocho de la mañana cuando, desde la playa de Jurubirá, los pescadores científicos se embarcaron en el bote My Family para realizar el primer monitoreo de cetáceos del año (2023). En los tablones medios de la lancha se habían acomodado Antonio Lloreda y la bióloga Jenny Bachmann, mientras en la proa Yerson Gonzáles tenía ante sus ojos toda la perspectiva del mar. Desde allí oteaba el paisaje en busca de resoplidos que emergieran en la superficie o de aletas que cortaran el oleaje.

De repente, a unos doscientos metros de la bahía de Jurubirá, en dirección al norte, Happy detuvo la lancha por primera vez. El Pacífico estaba apacible, y los piqueros y pelícanos volaban alrededor de los islotes rocosos cercanos a la costa. Entretanto, el capitán del bote se descolgaba su GPS para precisar que habían llegado al punto exacto de muestreo. Antonio escribía los datos en un formulario y Yerson daba su concepto en torno a lo que estaban registrando. Era la primera parada en su travesía por el golfo.

 

—¿Escala de Beaufort?—, preguntó Antonio a sus compañeros.


—Uno—, respondió Yerson, y Happy asintió.

 

Esto significaba que las condiciones del viento y el oleaje estaban tranquilas, una situación óptima para avistar cetáceos en el horizonte.

—¿Dirección del viento?—, volvió a preguntar, mientras Yerson, desde la proa, humedecía su índice con saliva y levantaba el dedo. —Oeste—, atinó Antonio, y siguió.

 

—Brillo del sol: ciento cincuenta. Oleaje: cuarenta. Precipitación: cero. Visibilidad: cien por ciento—. Sus compañeros, Happy y Yerson ayudaban a discutir los datos.

 

—El cielo está un poquito nublado. Hay niebla al sur—, añadió Happy. Así terminó la recolección de información en ese primer punto de la expedición, que tardó cerca de cinco minutos.

Aunque en la primera parada no se avistó ninguna especie de cetáceo, este proceso se repitió en cada transecto, con el fin de consolidar bases de datos que brinden pistas de las condiciones climáticas y del oleaje, en caso de que delfines o ballena hagan su aparición.

Pasaron dos horas de viaje, y sobre la superficie del Pacífico no se veían más que peces voladores dando grandes saltos y chapoteando en el agua, así como aves marinas que vigilaban desde las alturas.

 

—¡Delfín, delfín!—, gritó Antonio.

Eran las diez y veintidós de la mañana. A esa hora, la expedición de monitoreo había llegado a aguas del corregimiento de El Valle, en el límite norte del Parque Nacional Natural Utría.

 

—Son cochinitos—, aseguró Happy.

Así es como llaman en los saberes tradicionales del golfo de Tribugá al delfín moteado pantropical. Entonces, Yerson sacó su cámara y empezó a tomar registros fotográficos de aquel avistamiento, que sería el primero y único del día.

En el agua, las aletas dorsales cortaban el oleaje. Unos saltaban. Otros apenas se asomaban. Surcaban el mar a una velocidad frenética. Estaban a unos treinta metros del bote, y nunca cruzaron ese límite para acercarse.

Aletas de delfines moteados pantropicales
Un visitante asiduo. De los cinco monitoreos que ha realizado el equipo de ciencia comunitaria de R&E, los delfines moteados han aparecido en cuatro. Sin duda, esta especie es una presencia constante que custodia estas aguas tropicales y profundas. Fotografía de Jennifer Bachmann (bióloga de la Fundación R&E Ocean Community Conservation).

—Están esquivos hoy—, dijo Antonio.

Luego de discutir sobre el tamaño de la manada que estaban contemplando y de teorizar sobre su comportamiento, los pescadores científicos calcularon que había cerca de ochenta delfines moteados pantropicales. Por sus movimientos aparatosos y veloces, dedujeron que era probable que estuvieran alimentándose en esa zona. Pero el detalle más relevante, como lo advirtió Jenny Bachmann, es que se vieron crías dentro de la familia. Ello podría sugerir, según la bióloga, que, de seguir observándose esta misma composición de los grupos en monitoreos subsecuentes, se podría estudiar si el golfo de Tribugá es un área importante para la reproducción de la especie.

—Los delfines son astutos, sagaces y traviesos, son los pandilleros del océano—, reflexionó Antonio, mientras algunos hacían piruetas en sus saltos y exponían sus vientres blancos y manchados.

Después de quince minutos de observación, la numerosa familia se extravió en el horizonte y el monitoreo, en ese punto del golfo, había terminado. Los rostros de la tripulación expresaban satisfacción. Había sido una travesía exitosa y con resultados aún por analizar. Happy giró el timón y empezó el camino de regreso, cuando ya el sol del mediodía fustigaba.

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Una manada de al menos ochenta delfines manchados pantropicales saltan, revolotean y se alimentan en el golfo de Tribugá. Video tomado por Felipe Gaitán García.

Para Jenny, en particular, observar delfines tiene un significado especial. Su fascinación por estos animales hizo que volcara sus esfuerzos de investigación sobre ellos, y que una de sus motivaciones vitales sea cerrar brechas de información acerca de dichos odontocetos. Una obstinación, si se comprende que en el Pacífico colombiano, y en particular en el golfo de Tribugá, tales mamíferos se han estudiado de forma escasa. Tal vez es el hecho mismo de empezar desde la base lo que la ha impulsado a continuar con ese esfuerzo, de la mano de los pescadores científicos de Jurubirá.

Los viajeros desconocidos

«No sabemos casi nada de los delfines de Tribugá». Esa es la respuesta unánime de los biólogos marinos que hacen investigación en esta zona y de los pobladores locales. Como han advertido varios expertos, el foco de estudios lo ha acaparado la ballena jorobada, y, de hecho, como no hay aún información científica concreta acerca de la distribución y las temporadas de ocurrencia de estos cetáceos en el golfo, su rastreo supone un desafío en términos logísticos y de financiación.

Lo que sí parece claro es que hay varias especies que se avistan de forma frecuente en estas aguas. Son cuatro, en particular: el delfín moteado pantropical, el nariz de botella, el tornillo (o rotador) y el común. De forma menos usual aparece el delfín de dientes rugosos, tal vez el más desconocido entre este abanico de odontocetos.

De acuerdo con los reportes preliminares de la Fundación R&E, de cinco meses de monitoreos, en lo que ha discurrido de 2023, los delfines moteados pantropicales han aparecido en cuatro (no se observó en mayo). Entretanto, los delfines comunes se reportaron en dos ciclos de rastreo consecutivos (abril y mayo), y los tornillo sólo en marzo.

Por su parte, las investigadoras de mamíferos marinos Natalia Botero, María Camila Medina (Fundación Macuáticos Colombia) y Laura Benítez (Fundación Yubarta), que hicieron parte de la Expedición Científica Tribugá y Cabo Corrientes 2023, documentaron la ocurrencia de varias especies de delfines, durante nueve días de travesía. Los moteados pantropicales, los comunes y los tornillo hicieron presencia en tres días, mientras que el nariz de botella apenas se registró en uno. Todos estos avistamientos ocurrieron en marzo.

Delfines comunes en el golfo de Tribugá
Una familia numerosa. Los delfines comunes suelen nadar en aguas profundas del golfo de Tribugá. Transitan esta zona en manadas inmensas, en busca de cardúmenes. Las sardinas, uno de sus banquetes predilectos. Fotografía de Laura Benítez (Fundación Yubarta). Cortesía de las fundaciones Yubarta y Macuáticos Colombia).

Existe la sospecha científica de que la abundancia de especies de delfines en el golfo de Tribugá es mayor entre finales de marzo y mayo, como consecuencia de la temporada de las agallonas (sardinas). Tal percepción es corroborada por los pescadores locales, que afirman que en esa época se observan con más frecuencia. Durante esos meses, según explica Dalia Barragán Barrera, estas aguas se tornan más productivas y contienen nutrientes que atraen desde tiburones ballena y otros tipos de escualos hasta rorcuales de Bryde. En medio de esa explosión de vida, los delfines se suman a los frenesí alimenticios.

De hecho, existe evidencia de que algunas especies, como los delfines moteados pantropicales, los tornillo y los comunes, nadan junto al atún de aleta amarilla, y configuran una asociación de beneficio mutuo. Se ha planteado que los cetáceos se favorecen de la capacidad olfativa de los peces a la hora de encontrar alimento, y que los atunes sacan provecho de la ecolocalización de los odontocetos para hallar bancos de agallonas en la inmensidad del océano. También se describe que esta comunión reduce la posibilidad de ser atrapados por depredadores (tiburones y orcas).

Es por esto que, en particular en la época de sardinas, estos mamíferos marinos se convierten en aliados de las faenas de los pescadores artesanales. «Donde hay delfines, hay atunes», refiere Happy. Entonces, detectar manadas de dichos odontocetos en la superficie, se convierte en un punto de referencia para saber la ubicación de los cardúmenes.

 

Más allá de estos indicios de mayor ocurrencia en ciertas temporadas del año, y de que algunas especies se avisten con frecuencia cada mes, que aún no se haya logrado obtener datos concretos sobre la ecología de dichos animales, ha impedido determinar si existen poblaciones de delfines residentes en el golfo de Tribugá, como sí se ha logrado establecer en la isla Gorgona y en Malpelo.

Ante esas perspectivas, indica Natalia Botero, obtener muestras de tejido para realizar análisis de estructuras genéticas, así como lograr registros de fotoidentificación, contribuirá a dar luces sobre las manadas que hacen presencia en el golfo. De allí que, según la investigadora, uno de los propósitos de la Fundación Macuáticos Colombia sea empezar a tomar porciones de piel y grasa de estos odontocetos.

 Por su parte, Dalia Barragán Barrera enfatiza en la importancia de los programas de ciencia comunitaria, impulsados por la Fundación R&E Ocean Community Conservation, los cuales permiten un monitoreo constante, que garantiza recoger, de forma paulatina, información científica valiosa para comprender la presencia de estos mamíferos marinos. Tal y como lo explica Jenny Bachmann, la apuesta inicial es consolidar bases de datos que ayuden a dilucidar aspectos como la ocurrencia, la distribución y el uso del hábitat. Mientras no se constate de forma científica sus rasgos ecológicos y biológicos, los delfines seguirán siendo viajeros desconocidos en el golfo de Tribugá.

Los habitantes del callejón

 A modo de metáfora, el golfo de Tribugá es un callejón enorme y profundo en el cual las diferentes especies de delfines coexisten y proliferan. Algunas parecen mostrar rasgos de comportamientos marcados, con los cuales se abren paso en aquel corredor.

En la entrada de ese callejón, de acuerdo con los relatos de los pescadores, parecen haber dos grupos: los delfines nariz de botella y los moteados pantropicales. Los primeros suelen avistarse cerca de las playas, en manadas de hasta veinte individuos. Antonio cuenta que se les ha observado cerca de los estuarios y de los manglares. Los manchados suelen encontrarse cómodos en las aguas aledañas a las bahías, pero sus familias son más numerosas (en algunos casos superan los cien miembros) y huidizas.

Mucho más al fondo del pasadizo pueden encontrarse los delfines comunes y los tornillo. Ambos se agrupan en manadas gigantescas que alcanzan hasta trescientos animales y nadan a placer en las aguas oceánicas del golfo. Las dos especies son activas en la superficie, y a menudo se exhiben con saltos prominentes. Sin embargo, los rotadores no tienen competencia. Son los acróbatas del mar. Se contorsionan y parece que bailan en el aire cada vez que se alzan sobre las olas.

Delfines tornillo en el golfo de Tribugá.
Giros mortales. Estos delfines tornillos danzan en el aire, girando de forma incesante. Se han registrado manadas de hasta trescientos de estos cetáceos, recorriendo el golfo de Tribugá. Su hábito: maravillar a los testigos de su espectáculo de brincos. Fotografía de Laura Benítez (Fundación Yubarta). Cortesía de las fundaciones Yubarta y Macuáticos Colombia).

Hay, además, un grupo de especies que se mantienen en la sombra. Su presencia en el golfo es aún misteriosa y se desconoce casi todo sobre ellas, pero se sabe que merodean por allí. El delfín listado, el de dientes rugosos y el todavía más intrigante delfín de Risso se sienten a gusto pasando desapercibidos ante los ojos humanos. También se han observado unas manadas que, aunque pertenecen a la misma familia taxonómica (Delphinidae), no se nombran como si fueran parte de ella. Los calderones tropicales (conocidos también como ballenas piloto) y las falsas orcas son variedades de odontocetos que acostumbran a visitar el callejón, aunque rara vez se dejan detectar.

Cada tanto, el delfín mayor, el más poderoso y temido, arriba a estas callejuelas de agua a imponer su dominio. Cuando las orcas llegan, los otros grupos prefieren huir. Ellas son voraces y la naturaleza les concedió el lugar de depredador supremo de los océanos. Por eso, las demás manadas, al sentir su presencia y sus llamados de ecolocalización, se marchan. Algunos individuos no tienen la suerte de escapar y son emboscados. Pero, una vez las emperatrices del golfo de Tribugá se han saciado y se van, el callejón vuelve a la normalidad.

 

Un delfín especial

De las treinta y dos especies de delfines reportadas en el mundo —cada una con sus especificidades morfológicas, ecológicas y de conducta—, una ha acaparado la atención. Se trata del delfín nariz botella (también llamado delfín mular). El imaginario que rodea a este cetáceo lo erige como un mamífero amistoso, inteligente, gregario y carismático. Sin embargo, las voces expertas tienden a desmentir algunas de esas cualidades casi humanas que se le han atribuido.

Para empezar, no hay dudas de la inteligencia y las capacidades cognitivas de dicho odontoceto. Sobre ello existe evidencia suficiente. Esta especie, en cautiverio, es capaz de comprender instrucciones y resolver problemas, y en su hábitat natural muestra rasgos de complejidad en sus estructuras sociales y en los sistemas de comunicación entre individuos de una misma familia, a la altura de otros mamíferos como los elefantes y algunas variedades de primates. Acerca de su condición de animal gregario tampoco surge discusión, pues el éxito de dicho cetáceo como depredador tope se sustenta en la fuerza de las manadas.

Apariencia física del delfín nariz de botella (Tursiops truncatus). Ilustración de Marielly Jiménez Vargas.

El punto crucial yace en la percepción de que el delfín nariz de botella es amigable y carismático. En ello, su aspecto grácil, sus ojos expresivos y —a riesgo de antropomorfizar— la aparente sonrisa que se dibuja en la forma de su boca, tienen mucho que ver. No obstante, los expertos recuerdan que es un animal silvestre y sus instintos naturales lo conducen a comportarse como tal.

Dalia Barragán Barrera ha dedicado una gran parte de su trayectoria como científica al estudio de esta especie, y es categórica al afirmar que prefiere bucear con tiburones que nadar con delfines nariz de botella. Una de las razones para asegurarlo es, en efecto, la inteligencia de estos cetáceos. Explica que, a diferencia de los escualos, cuyas habilidades cognitivas son primarias, dichos odontocetos son conscientes de la presencia humana y son capaces de causar daño si se lo proponen. Otro de los motivos es que los machos, cuando alcanzan la madurez (entre los ocho y trece años), son reservorios de testosterona.

Imagen de Dalia Barragán

Los delfines nariz de botella machos son hipersexuales. Sin exagerar, quieren aparearse con lo que encuentran. Por eso, se tornan agresivos y, al momento de cortejar a una hembra, la acosan con violencia varios individuos que compiten por reproducirse. Incluso llegan a lastimar a las crías para lograr ese objetivo. Esta es una especie territorial y muy inteligente. Respeto a quienes disfrutan bucear con estos mamíferos, pero, en mi caso, es algo que evitaría"

Admite Dalia

Lejos de llegar al extremo opuesto de estigmatizar la naturaleza de tal odontoceto, Dalia apunta a guardar el respeto y la distancia con estos mamíferos. Se trata de mantener una actitud de fascinación lejana por su inteligencia y belleza, y con la conciencia de que desempeñan un papel esencial dentro del equilibrio de los océanos.

 

Sobre las poblaciones de delfines nariz de botella que nadan por las aguas del golfo de Tribugá no existe aún información. No se conocen sus rasgos ecológicos, si son habitantes residentes o esporádicos, y tampoco se ha descrito evidencia acerca de su interacción con las comunidades locales.

De lo que parece haber un halo de certeza es que, en dichas aguas del Pacífico colombiano, esta y otras especies de delfines encuentran un oasis de alimentación, así como un ecosistema que se mantiene casi prístino en términos acústicos, lo cual es una ventaja ecológica para la búsqueda de alimento y la comunicación entre individuos.

 

Para retomar la analogía de Antonio, los delfines son los pandilleros del océano, y el golfo de Tribugá, un callejón en el que aún pueden sobrevivir.

Autor

Felipe Gaitán

Felipe Gaitán García

Periodista científico

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